Desde la victoria popular del 3D y habiendo quedado la sensación de que hay Chávez para rato, mínimo hasta el 2021 - Rosainés tomaría el relevo -, siento que estamos en una sociedad realmente abierta y francamente democrática, en el momento en que hemos recibido un mandato presidencial y lo hemos hecho nosotros, millones de voluntades sumadas a lograr los objetivos trazados. En el momento en que estamos contestes de que la dirección política del proceso debe estar dirigida a corregir los defectos propios de la aceleración inicial de la revolución bolivariana, cuando sea percibida como inadecuada para enfrentar los desafíos del futuro, y debería entonces enfocarse en transmutarse en una vía libre donde salga a la superficie lo mejor de nosotros, y quede anclado en el fondo el lastre de los políticos oportunistas que han danzado con la corrupción y la incapacidad de estar a la altura de los tiempos que soplan de cara a la construcción de la patria que nos demanda la conciencia y el colectivo.
En el lenguaje utópico resultaría una empresa fácil, e igualmente muy probable, el perfilamiento de un nuevo paradigma político. Sin traumas, sin leyes polémicas, sin tumultos de plaza. Con la misma naturaleza con que la máquina sustituye al hombre para controlar un proceso industrial. El progreso debería darse también en lo ideológico. Y para que la ideologización prenda en nuestras mentes, como el fuego en un campo de trigo, deben darse por rebote dos sustantivos que son inherentes uno del otro, como lo son la circulación y la concurrencia de las ideas y propuestas políticas. La primera está asegurada en la manifiesta libertad de expresión que gozamos, y que hay que aplicarla en el modo más amplio posible a los medios tecnológicos a disposición: prensa, radio, televisión, telefonía, internet. La segunda es más difícil de integrar al proceso ideológico, por cuanto responde a una justa, equilibrada "distribución" de las ideas mismas nacidas al calor del debate. En fin... un par condicio que debe asegurar una leal concurrencia entre las ideas, sin monopolios de pensamientos políticos, sin partidocracia, sin imposiciones pragmáticas.
En política, en una democracia participativa y protagónica como la nuestra, la distribución de las ideas viene dada más allá de las trincheras partidistas, en la medida en que el colectivo consciente y organizado asume su participación como protagonista de su propio destino a traves de mecanismos favorables, como el parlamentarismo de calle, convirtiéndose en un portavoz legítimo al que hay que escuchar. Así como el libre mercado es un sistema de leal concurrencia de programas políticos y económicos sustentado en el poderoso andamiaje de las transnacionales, el socialismo que nos despierta a la vida es una apuesta común que traspasa los vértices de los partidos políticos sumados a esa iniciativa.
La superación de una ideología bastarda en ilusiones y transculturizadora, debe coincidir con la superación de una clase política que dice ser simpatizante del proceso, y de personajes que se han identificado como parte del proceso, pero que en verdad representan más de lo mismo que se busca remover. Y debe coincidir con el relanzamiento, reforzamiento de una ideología autoctona muy venezolana basada en los intereses supremos de la igualdad, la equidad, socialista, reformadora, solidaria, que nuclee un Estado asistencialista con políticas dirigidas a garantizarnos las mejores herramientas para el desarrollo de todas nuestras habilidades físicas y capacidades inteletuales.
El progreso ideológico deberá tener la virtud de permitir que emerjan a la arena política nuevos rostros, portadores de nuevas energias, nuevas esperanzas, nuevas visiones de país, nuevos paradigmas.
Sólo que tenemos que estar a punto de caramelo para cuando la patria y el proceso nos llamen a apuntalar la Venezuela socialista del siglo XXI que acaba de despegar.
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